No, su padre no era carpintero realmente. El padre de Kenny Kemp era farmacéutico, y le gustaba hacer bricolaje en casa. Era un hombre que siempre sabía sacar provecho de las cosas viejas y olvidadas. Poco después de su fallecimiento, el autor viajó a San Diego para enfrentarse con la desagradable tarea de hacerse cargo de los objetos personales de su padre. Buenos y malos recuerdos se sucedían en su cabeza. Y el resultado de todo ello es este libro.